La situación de China en la franja transpacífica

Si uno conoce la zona del sudoeste asiático, sabe que China es la Grecia de Asia Pacífico, de dónde salió hacia Japón, Corea, Taiwán, Vietnam, el té, los ideogramas, la construcción, donde se extendió el budismo, que luego por la fuerte personalidad de Corea o Japón alcanzaría tremendos matices propios. Como occidental, cuando llego a Asia Pacífico veo claras las diferencias entre estos países, pero también su pasado y sus amplias similitudes. Y es que China, Japón y Corea del Sur suponen más del 75% del PIB real de la región, y comparten con sus fuertes personalidades historia propia y grandes matices. Si sumamos las poblaciones de Japón (126 millones) y Corea del Sur (52 millones) y las comparamos con China (1.350 millones), observamos que suponen sólo un 13%, mientras que si sumamos los PIB de Japón y Corea, suponen el 50% del PIB de China.

China no ha tenido una gran crisis económica en los últimos 40 años, lo que sin duda ha sido un éxito económico sin parangón y mucho más en la propia de China. Pero sí ha padecido tremendas crisis a lo largo de su historia: la caída de su monarquía milenaria con diferentes dinastías; su guerra civil de más de dos décadas; la guerra contra el Japón imperial; la revolución comunista, las hambrunas y penalidades que produjo la política desastrosa del gran paso adelante, y los desastres humanos y culturales de la revolución cultural (los dos últimos, en mayor o menor medida, reconocidos por el propio Partido comunista chino).

Pero China tiene un problema de envejecimiento acuciante de su población, que sigue creciendo a buen ritmo, pero que se trata de un ritmo difícilmente sostenible en la siguiente década, y mucho más en dos décadas. Esta situación, se deriva de la política del hijo único mantenida por China en los últimos 40 años, aunque ha cambiado hace poco para permitir tener hasta tres hijos, medida aprobada por Xi Jinping tras el dato de la baja natalidad.

Pero el país también ha comenzado una política expansionista, ejerciendo su influencia en los países vecinos de Asia, sea Mongolia, Birmania, Vietnam, Corea del Norte y, en particular, en el Océano Pacífico, o si quieren, como allí lo llaman, el mar de China. Y eso ya ha generado la profunda desconfianza de Japón, Corea del Sur, Vietnam, Filipinas, Australia, Malasia e Indonesia, que se han visto afectados por su pretensión de hacer valer mapas históricos para sostener sus ambiciones de control marítimo sobre rutas de aguas territoriales que esos países vecinos consideran propias, sin mencionar el particular caso de Taiwan, protegido por los Estados Unidos.

Además, está la situación del vecino Corea del Norte, fruto de la guerra de Corea, en la que EEUU apoyó a Corea del Sur, la capitalista, y China a Corea del Norte, la comunista, y su política armamentista (una alocada carrera nuclear) que, con razón, es entendida como una seria amenaza por Japón y Corea del Sur desde hace ya décadas y que está alcanzando límites de agresión permanente.

Todo ello es percibido como una amenaza por EEUU, que tiene, no lo olvidemos, una gran costa pacífica, donde está su estado más poblado, de mayor PIB y en el que están instaladas las empresas de las nuevas tecnologías. Ese antiguo México que es California, y un océano Pacífico que ha alcanzado ya casi los niveles de comercio del Atlántico, que sigue creciendo y que puede superar al que ha sido la tradicional gran ruta de la riqueza y el comercio entre Europa y América hasta hace muy pocos años, y que está llamado a seguir creciendo y mucho y donde se encuentran países como Canadá, EE UU, México, Colombia, Perú, Chile Japón, Corea del Sur, China, Filipinas, etc. Además, EEUU tiene firmados tratados militares de defensa con Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, a los que considera sus aliados tradicionales en la zona.

China ya no quiere seguir siendo la fábrica del mundo de productos baratos de poco valor añadido, sino incrementar la calidad de su industria y avanzar en sectores industriales más avanzados, como el aeronáutico, el farmacéutico, el agrícola intensivo, el medio ambiente, las energías renovables, la robótica, las redes sociales y tecnologías de telecomunicaciones, los contenidos o industria de audiovisual, así como el cine, los videojuegos, la medicina, la química avanzada, los nuevos materiales, la eficiencia energética, la ingeniería o los vehículos eléctricos. China quiere entrar en la nueva revolución industrial de la fabricación láser, el internet de las cosas, la conducción autónoma de vehículos, la inteligencia artificial, es decir, convertirse en una economía avanzada industrialmente. Pero también comprende que el crecimiento viene por el sector de servicios de alta calidad, sean financieros, seguros, ocio y cultura, turismo, salud y cuidado de la tercera edad (que afectará a una gran parte de su población dentro de dos y tres décadas por el rápido envejecimiento de su población).

China quiere lícitamente tener el mismo nivel tecnológico e industrial, de momento, y luego superar a los países más ricos y avanzados el mundo, como Japón, Corea del Sur, EEUU, Canadá, Alemania o Suecia; pero para alcanzar ese objetivo le queda aún un gran trecho. Y a ello dedicarán su desempeño y capacidad de concentración de recursos (no olvidemos que es la segunda economía del mundo), lo que me lleva a pensar que lo conseguirá en las próximas dos décadas, en algunos sectores y en otros dará un gran avance.